domingo, 17 de mayo de 2009

Perseo y el escudo


Cuando Atenea le regaló a Perseo el escudo, bruñido como un espejo, ante su lucha con Cetus, el monstruo marino, ya sabía la diosa de la importancia de su regalo. Perseo, temerario y audaz, quería liberar a Andrómeda, la hija de Cefeo y Casiopea, reyes de Etiopía. En el reluciente escudo, Cetus se reflejaba una y otra vez, mientras el héroe terminaba con su vida.
Los centelleos hacían parpadear al monstruo y aquel brillo se contagió a la superficie del mar. Un ocaso de plata pulía las ondas y los destellos lustraron el agua.

Escudo y mar fueron uno. Al cielo se asomaron las constelaciones de los dioses, y las nubes, como terciopelos de un escenario se refugiaron entre las bambalinas del horizonte.

6 comentarios:

edgar dijo...

Aquí de nuevo. No podía dejar pasar
el tema del espejo, tan recurrente en el Arte.
Sutil este post, un saludo.

Ventana indiscreta dijo...

Siempre habrá un espejo que nos haga quebrar el rostro. Siempre.

Besos.

Haideé Iglesias dijo...

Esperemos que el mar no sea cegado por nuestros destellos...

virgi dijo...

Besos por tus visitas continuas y gracias, Edgar.

¿Los espejos nos devuelven lo que queremos, lo que no deseamos, lo que necesitamos? Besos para ti, Sofía.

Buena frase, Haideé, que nunca tengamos ese poder. Un abrazo.

Fernando García Pañeda dijo...

Como al monstruo, a nosotros nos pierde muchas veces lo que vemos o creemos ver en el espejo.
Qué bien escrito...

virgi dijo...

¡Qué bueno que te haya gustado! Te mando un beso, ahora en barco.