lunes, 15 de junio de 2015

Leer, leer, leer (XXIV)


El mar, el mar




Si la música de fondo es el mar, los acontecimientos pueden ser tan variados como su melodía. Para Iris Murdoch (Dublín, 1919-1999), cada una de las veces en que el protagonista de su novela describe el movimiento marino, está también contando su momento vital, tan cambiante como el mar.


El irisado, el de las olas bravías, el tempestuoso y violento, el acerado de las mañanas lluviosas, el sereno donde espera ver los hocicos de las focas. Todos los mares posibles le sirven a la escritora para acompañar a Charles Arrowby en su replanteamiento existencial, allá lejos de Londres, en una casa solitaria, húmeda, algo siniestra,  donde se refugia para escribir sus memorias y mantenerse fuera del alcance del mundo teatral que lo encumbró.


Charles Arrowby comienza bañándose desnudo y feliz. Se ha despojado de sus ropas,dejándose acariciar por el sol y las olas. Serán pocos esos momentos. Cuando no son las visitas inesperadas, es el tintineo leve y misterioso de una cortina de cuentas, el crujido de una madera o la bestia que emerge del mar. Y si no, serán sus recuerdos, los de sus numerosas amantes y los de su única amada, aquella de la juventud perdida, la que escapó de él sin saber la razón. Un amor al que regresa sin proponérselo, en medio de los acantilados y el bramido de las olas,  con un sentido de sufrimiento y culpa fuera de su comprensión. 
Con egoísmo y una venda en los ojos, llega a ejercer un poder dañino, que también a él lo martiriza. Aún con esto, brilla una luz irónica y mordaz que alumbra pensamientos, acciones, conversaciones.

Iris Murdoch comienza su obra “El mar, el mar” de una forma tan tranquila que nada nos hace pensar en el vértigo en que poco a poco nos va sumergiendo, con su Charles escribiendo unas veces de cocina, otras del cielo, y muchas más acerca de las mujeres de su vida, los amigos, o el  primo James.

Y es así como lo he leído, pausadamente primero, con voracidad  luego, para serenarme al final, cuando el protagonista ha vuelto a controlar (al menos en apariencia) su vida, retornando al  Londres de sus éxitos.
Y de fondo, siempre, el mar, el  mar. Tan cambiante como cada uno de nosotros, pero aún más poderoso, imprevisible, oscuro, sensual, fulgurante, tenebroso. El mar.


Fotos y texto, Virgi