Con la brújula en la mano y un
croquis en la otra, el excursionista no encuentra el camino, se ha
perdido en la ciudad y no sabe orientarse, lo suyo son los prados, las veredas
antiguas, los senderos de montaña a montaña. Cargado de mochila, salacot,
botas, cantimplora, bastones, va de calle en calle buscando la salida.
No
identifica los semáforos, los pasos de cebra ni los raíles del tranvía; los
códigos urbanos no figuran en sus mapas.
Se coloca en una esquina y
aguarda el movimiento del sol, es posible que el astro le ayude mientras a su
alrededor la gente lo mira, incrédula: los carnavales ya pasaron y ahí está un
trasnochado haciendo el ridículo.
Texto y fotos, Virgi